miércoles, 29 de diciembre de 2010

Doce campanadas, doce historias...


¡Doce!
Martina tenía un sueño único y fugaz; ser la chica más popular de colegio. Desde pequeña nunca fue bien admitida por la mayoría de sus allegados y “amigos”, siempre peso el estigma físico de tener labios pequeños, nariz grande y usar aquellos anteojos grandes y toscos. A su edad, no había sido besada tiernamente en los labios ni había recibido un “Te amo” como mensaje de despedida. Aquel año podría ser distinto, podría ser mejor…

¡Once! 
Juan tenía apenas trece años y ya había experimentado los dolores más profundos y caóticos que cualquier persona pudiera contener; la muerte de sus padres, la pérdida de su hogar, el rechazo de aquellos que lo amaban y, la melancolía de no ser nada en un mundo donde “todo” es distinto y distante. No sabía si el año que se aproximaba sería mejor y le traería paz o por el contario, terminaría con aquel sufrimiento que no le permitía dormir…
¡Diez! 
Fernando era aquel tipo con sonrisa fina, mirada tierna, andar coqueto y ligero. Sus prioridades siempre se enfocaron en su apariencia. Nunca se preocupo por dejar nada a nadie, todo lo que tenía y hacia era por él y para él; nadie más en este mundo le importaba. Nunca se preocupo por haber dañado o herido los sentimientos de alguien, nunca le mortificó que todos lo tacharan de patán y obsceno. Esperaba que el año que se acercaba le diera más y mejores cosas, le diera todo aquello que no se merecía…

¡Nueve!
Luis contaba con siete años; tímido, juguetón, liviano y con una facilidad de volar increíble. A él no le mortificaban los problemas de los mayores, no le importaba en lo más mínimo el salario bajo, las prestaciones laborales, el tráfico matutino, los chismes de oficina, las desigualdades económicas. Él tan solo necesitaba ver los fuegos artificiales y que mama le dijera “Feliz año mi amor”…

¡Ocho!
Román yacía en aquella fría cama de hospital con el cáncer en todo su cuerpo. No tenía fuerza alguna y lo único que lo mantenía con vida era el recuerdo de su esposa y sus hijos; ella se mantenía a su lado pasiva y con el ánimo convertido en polvo. Los momentos más felices los vivieron juntos, como pareja, como familia, como uno solo. Ahora, en este cambio de año, pretendían despedirse con ternura y cariño, esperando que todo terminara pronto y bien, que la paz los envolviera con amor. Aquel año…

¡Siete!
Regina era la prisionera numero veintitrés mil doscientos cuatro en el reclusorio para mujeres de “Santa Marta”, llevaba ya cuatro años dentro acusada por homicidio. Su vida al entrar había cambiado de manera abrupta y explosiva; el trato de las custodias, el sentido de soledad e impotencia, la mala compañía y el recuerdo de aquel que asesino, aquel que le hizo la vida un infierno, aquel que se hacía llamar “su esposo”. El inicio de aquel año la pasaría en compañía de la fotografía de sus hijos y el calor que tan solo una madre puede poseer…

¡Seis!
Azucena cantaba aquellas melodías que en los ochentas le hicieron vivir y abrirse a su primer amor. Cocinaba un poco de pollo en salsa verde para la cena de fin de año; paseaba tímida y dulcemente por los rincones de su mente aquellos momentos en los cuales se sintió amada y bendecida, por aquellos momentos en los cuales se dio cuenta que aquel era el hombre de su vida. Habían pasado ya más de treinta años juntos, ella y el, amándose. Un año más…

¡Cinco!
En aquella habitación silenciosa y cálida se encontraba Matías. El fuego de la chimenea y las mantas sobre sus piernas le reconfortaban de manera grata y singular. Meses atrás había sufrido un accidente en motocicleta que lo dejo con las piernas rotas y la cadera dislocada; por fortuna y gracias a los milagros de la vida no quedo paralizado. Acaricia tiernamente a su gatita mientras sus pensamientos tan solo repiten una oración “Gracias por dejarme estar un año más señor, gracias…”. Cierra sus ojos de manera tranquila y escucha las campanadas del reloj…

¡Cuatro!
Sentado a la orilla de una banqueta con un cigarrillo a medio armar, Gerardo se maravillaba con la magia de la bóveda celeste. Desde los diecisiete años había salido de casa de sus padres para buscar fortuna y mejores oportunidades… por lo menos esa era la idea inicial de aquella etapa de su vida. Ahora, en aquel cambio de año, se encontraba ante el mismo, como debió haber sido desde el inicio; miro las estrellas con tal inquietud y asombro que todo en la vida y el mundo le pacería efímero, pasajero, polvo al viento. Los años cambiarían y se irían; pero aquel cambio de año marcaria su andar por la vida. Un poco más…

¡Tres!
Mirna inhalaba incesante aquel humo grisáceo que tanto la ofendía y castigaba. El sonido del Crack al quemarse le recordaba sus mejores años; años en los cuales no tenía el porqué de vivir atada a la piedra, al tronido y bloqueo de sentirse adicta y querer salir; pero no poder lograrlo. Con lagrimas en los ojos y un papel aluminio lleno de de Crack, recibe un nuevo año, un año en el cual espera sentirse mejor o por lo menos, tener un poco, para sentirse mejor…

¡Dos!
Eliza cumple sus veintitrés años y se encuentra en la cima del mundo. Todo lo ha ganado a pulso y sudor; el sudor de las sabanas y la entrepierna que se entremezclan con aquellos desconocidos que visitan la casa de citas. Desde los dieciocho años, cuando tuvo su primera relación sexual quedo maravillada y enganchada al cobijo del placer. Tenía todo lo que el dinero pudiera comprar, todo lo que aquellos muslos de oro se podían pagar. El año iniciaba con un gemido cálido y duradero que penetro hasta el confín último de la habitación. Un año más de colisiones…

¡Uno! 
Solo una luz parpadeaba a través de aquella ventana, no se escuchaba ruido alguno y el ambiente olía a madera quemada; madre, padre y los pequeñines. Todos juntos en silencio, velaban por un cambio para toda la humanidad, lanzaban quietas plegarias al aire para fortalecer la unidad espiritual de todo ser viviente en el universo. Mantenían aun la pequeña esperanza de que todo pudiera girar en torno a la paz… una bella utopía que matizaba y calmaba sus incertidumbres para el año que se aproximaba…


El reloj suena una vez más...





Le damos gracias a ustedes, amigos, por alentarnos, ser nuestra inspiración y principalmente leer nuestras historias!
Le damos gracias a este año, que ha sido leccionador y gracias a eso hemos evolucionado...
Le damos las gracias a la Vida porque es maravilloso vivir con las emociones a flor de piel!





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La Menta, el Narrador y la Halcón

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sábado, 18 de diciembre de 2010

Lunas de Otoño


Lunas de otoño que sueltan tonos húmedos y coquetos que bañan y desconciertan al viajero con su luz. Son lunas que muestran a las almas perdidas el camino conveniente y pasivo hacia el amor y la cordura de un mundo mejor. 

Lunas de otoño que brindan cobijo y refugio a los desamparados, a los que anhelan aquello que se fue, a los que lloran por las noches recordando un pasado mejor. Lunas que revolotean y abrazan a todo ser viviente, a todo ser de luz.

Lunas de otoño olvidadas y retomadas por filósofos, poetas, hadas, demonios y todos aquellos que necesiten de su inspiración. Lunas que se muestran precoces y juguetonas ante la mirada ingenua de aquel que grita por su salvación.

Lunas de otoño vivas y únicas, mágicas y tétricas, fugaces y con algo de temor…

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Fotografía y texto: Francisco X. Nieto.
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sábado, 4 de diciembre de 2010

Tiempo...

Si una mañana despiertas con ganas de nada,
si ni siquiera te alienta abrir una sola ventana,
no dejes que tu alma se seque,
recobrá con fé solo en tí,
una esperanza.
Si una tarde cualquiera,
recorrés la estrecha vereda,
si respirás profundo,
y no hueles lo que te rodea,
detente un segundo y suspira,
tu sangre recobrará la vida,




porque siempre hay tiempo para volver a nacer,
siempre hay tiempo para volver a vivir,
siempre hay tiempo para volver a empezar,
lo que nunca pudiste terminar...



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Texto: Walter, Wados el Yastay
Foto: Marez

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